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SE LO LLEVÓ EL MALIGNO

(CUENTO)

 

 

AUTOR: Jorge Eliécer Cruz Ortiz

 

Esa tarde comprendió el propósito de tantas oraciones de la abuela Carmen, cuando vio el celular soltarse de las manos de Marcela, su madre, y a ella, derrumbarse sobre el sillón de la sala, en un mar de lágrimas.  Eso fue suficiente para saber que el tío Gabriel había perdido la batalla contra “el maligno”. Bastaron doce días, desde la llegada del “enemigo”, para cambiarlo todo.

 

Ya nada sería igual para Julián. Se acabaron los domingos en La Bombonera, gritando y corriendo a más no poder detrás del balón. No más escapadas a la piscina del barrio. No más cosquillas por las noches, antes de acostarse. A sus escasos once años acababa de sufrir la abrupta pérdida de quien, más que su tío, era su amigo y compañero de aventuras.

 

Gabriel vivía con ellos desde hacía cinco años, cuando se había marchado su padre para no regresar más. La presencia de su tío le ayudó a olvidar las frecuentes discusiones que tenían sus padres en esos últimos días, antes que él se fuera.

 

Hacía varias noches tenía pesadillas con un gigantesco monstruo persiguiendo a su tío. Era como de tres metros de alto, de color café verdoso, con una enorme cabeza redonda de más o menos un metro de diámetro, llena de cuernos blandos, como serpientes, de unos treinta centímetros de largo, con ojos en sus puntas y una enorme boca llena de dientes puntiagudos, con la que amenazaba devorarse a Gabriel. Se despertaba empapado de sudor y con el corazón a mil. Pero ni siquiera podía contar con el consuelo de su madre, porque ella se quedaba por las noches en el hospital, pendiente de su tío.

 

Recordó que el día anterior, tal como ocurría diariamente, en el noticiero de la mañana transmitido por “La Grandiosa”, “El Indio Yamura” recomendaba, con mucho énfasis, consumir tres cucharadas diarias del jarabe de “moringa”, para protegerse de las amenazas que provienen de las malas influencias y de los virus del ambiente. Ese magnífico jarabe solamente se podía conseguir en el tercer piso del edificio donde funciona la emisora, ya que…  

 

- Por sus maravillosos atributos curativos, hay muchos inescrupulosos que lo falsifican, -advertía; y concluía,- lo recomienda “El Indio Yamura”, el que todo lo cura.

 

Con el paso de los minutos, llegaban a la casa unos pocos vecinos, debido a las restricciones en la movilidad y la recomendación de permanecer en casa. Julián sentía un agudo dolor en el pecho y una extraña sensación de vacío en el estómago. Un poco más tarde llegaron también algunos familiares cercanos, para acompañar a Marcela y a Julián.

 

- Mucha resignación y fortaleza -decía Doña Elvira-. Don Gabriel los va a seguir cuidando desde el cielo.

 

Su mente evocó la conversación de dos días atrás, durante el almuerzo, cuando Doña Gladys, a quien ha visto siempre en las tareas domésticas de casa, advertía:

- Eso es cosa de las brujas que están alborotadas y llegan por la noche a chupar la sangre de quienes no hacen oraciones y no se protejen con las bebidas adecuadas.

Cuyas recetas ella había aprendido de su abuela. Por eso, siempre reza el rosario antes de acostarse y toma aguadepanela con jengibre, limón, unas ramitas de romero y algunas hojas de eucalipto, porque, a su saber, son lo mejor que existe para protejerse de esos malévolos ataques.

- También se puede agregar albahaca o menta y, en lugar de la panela, endulzarla con miel de abejas. No hay que olvidar que el limón se debe cortar en cruz y dejar que todo hierba al menos durante quince minutos -decía.

 

Los dos últimos días el tío estuvo inconsciente, entubado y conectado a varios aparatos. Eso le contó mamá, quien acompañaba a Gabriel desde el otro lado de un vidrio por el que se podía mirar hacia la unidad de cuidados intensivos. Unos días antes presentaba tos intensa, una gran dificultad para respirar, dolor fuerte de cabeza y dolores en diferentes partes del cuerpo. Su caso estaba complicado, según decían los médicos, porque el tío había sido fumador de cigarrillo y padecía de diabetes. Esto lo supo Julián porque escuchó una conversación por celular en la que su madre le contaba a la abuela Carmen sobre la verdadera situación de Gabriel.

 

Con la llegada de las tías Margarita y Ximena, los primos y otros familiares, hubo más compañía y los sentimientos afloraron con mayor intensidad.

- ¡Cómo es posible que se haya ido Gabriel, quien, sin duda, era el mejor entre nosotros!, -decía alguien.

- ¡Fortaleza, hay que tener mucha fortaleza!, -decía otro.

- ¡Sólo Dios sabe cómo hace las cosas!, -también se escuchaba.

Poco a poco fue oscureciendo y haciéndose de noche, mientras todos recordaban anécdotas y momentos compartidos con el recién fallecido.

 

- ¿Y cuándo entregan el cuerpo? -Preguntó Margarita.

- Mañana a las siete -respondió Marcela-. Nos dijeron de la Secretaría de Salud, que lo entregan en una bolsa, para que tengamos listo un ataúd y que de inmediato se debe llevar al cementerio para cremarlo -complementó.

- Es muy triste. Ni siquiera podemos velarlo en la casa o en la funeraria, como corresponde, -comentó Ximena.

 

Para Julián no era muy claro, en realidad, cuál era la causa de la muerte de su tío. Muchas ideas llegaban a su mente en forma de recuerdos recientes y otros no tanto. Recordaba las reiteradas advertencias del sacerdote, en las misas a las que su mamá prácticamente lo obligaba a asistir los domingos bien temprano, antes de la cuarentena, en las que exhortaba a protegerse de la influencia del “maligno” que está siempre al acecho. También, las insistentes recomendaciones del alcalde o la secretaria de salud, por la radio, diciendo que era necesario quedarse en casa y bañarse frecuentemente las manos con abundante agua y jabón; usar tapabocas y distanciarse de los otros, en caso de salir. Recordaba los consejos del “Indio Yamura” y muchas otras cosas que se decían, pero que, en la práctica, servían ya muy poco, porque el tío Gabriel estaba muerto.